Caminos inundados y otras desgracias

Sí, queridos amigos de las aventuras a dos ruedas. Hay días en que a pesar de que el sol brilla, la compañía es excelente, las piernas funcionan y el recorrido es precioso… la ruta sale rana. Y tal hecho aconteció a un discreto grupo de perdedores el pasado sábado 27 de febrero. Empecemos por el principio.

La ruta programada es conocida por muchos de nosotros. Y tiene de todo. Senderos divertidos, paisajes bonitos, subida, bajada, llaneo… vamos, una ruta muy completa que contemplo entre mis favoritas y que siempre me ilusiona recorrer.

Además resulta que Sergio no la había hecho nunca y al oírnos hablar maravillas de ella acudía a la cita ilusionado.

Ruta compartida por el usuario nano flojo

 

De manera que habiéndonos citado a las 9:30 en el aparcamiento de la estación de Cercanías de El Escorial, Jaime, Sergio y yo llegamos con más de 20 minutos de adelanto, tal es el miedo que nos tiene Miguel metido en el cuerpo por su poca tolerancia a la impuntualidad. Con tiempo de sobra preparamos las bicis y a nosotros mismos para comenzar la ruta. Miguel llegó puntual, claro, estrenando portabicicletas y tuvimos que esperarle pero como fuimos nosotros los que llegamos pronto y no él el que llegara tarde no pudimos meternos con él, la razón estaba de su parte.

Comenzamos a rodar y antes de salir del aparcamiento de la Renfe a Jaime se le salió la cadena. Sin duda plusmarca personal y posible récord mundial, habría que consultarlo. ¿Presagio? ¿Señales? Seguid leyendo, queridos amigos, para descubrir lo que sucedió a continuación.

Salimos del casco urbano de El Escorial y llegamos a la M505. La idea es recorrer por el arcén los apenas 50 metros que nos separan de la salida a la izquierda que tenemos que tomar para subir por la pista que discurre junto a la vía del tren… pero Miguel decide cruzar y recorrerlos en dirección contraria. Son decisiones muy personales que no entramos a valorar en caliente, pero que si empezamos a analizar fríamente desde la distancia temporal uno se da cuenta de la acumulación de pequeños incidentes que se dieron uno detrás de otro… Porque poco después fue Sergio el que empeñado en atravesar montado la cancela que da paso al bosque de La Herrería casi se cae de manera tontísima, tirando mi bici en el intento. Por suerte, sin consecuencias ni materiales ni humanas.

Embelesados por lo preciosísimo del paraje (recordad, bosque de la Herrería), rodamos tan, tan despacio que una muchacha haciendo footing nos adelanta sin ningún tipo de pudor.

Somos conscientes de este hecho pero nos da igual, reafirmando nuestra naturaleza perdedora. La subida hasta la Silla de Felipe II la hacemos por la carretera. Me pregunta Sergio que cómo de dura es y le digo que más o menos como Garabitas (en la Casa de Campo de Madrid, para los lectores que no lo conozcan). Pero sin ser consciente, le miento. Garabitas es más tendido.

Siendo cuatro, llegamos en tres tandas. Primero, Miguel. Con tanto tiempo de antelación que cuando llegamos Sergio y yo ya estaba empezando a bajar, aburrido de estar solo. Es cuando se da cuenta de que se ha dejado el teléfono en el coche, bien a la vista en el salpicadero. Como diciendo «róbame, soy un teléfono de gama alta y estoy a huevo». Preocupación hasta el final de la ruta y, creo, tercer aviso de que la cosa no marchaba bien.

Cuando llega Jaime, que no tenía buenas piernas, comenzamos a bajar hasta Zarzalejo. La bajada es rápida pero segura, por pista. Perfecta para quitarse el calentón, que a pesar de ser temprano hace tan buen día que empiezan a sobrarnos prendas de abrigo.

En Zarzalejo tenemos que pasar por encima de la vía del tren por una carretera con un poco de acera peatonal y Jaime dice que casi se cae a la vía. Cuarto micro-aviso. Seguimos rodando ahora en dirección a Valmayor. Se trata de uno de los tramos más divertidos de la ruta pero el agua y el barro echan a perder la diversión. Era imposible transitar por muchos tramos y en dos ocasiones nos vemos obligados a saltar el muro de piedra para invadir (un poco y sin malas intenciones) la propiedad privada de alguien para poder salvar charcos de agua y barro del tamaño de piscinas olímpicas (o casi). Otros muchos charcos los pasamos sobre la bici, que ya estaban de barro hasta arriba… y nosotros también.

La media de velocidad es de pena. Empezamos a pensar que se nos va a hacer muy tarde, porque el plan es volver a comer a casa, como suele ser habitual.

Conseguimos salir del camino y atravesamos una pista ancha para enlazar con el siguiente camino en la misma dirección. También muy divertido en condiciones normales, pero también con tramos inundados que nos obligan a salir del camino para poder avanzar por encima de medio palmo de chapapote manteniendo el equilibrio como buenamente podemos.

Llegamos al vado del arroyo de Fuentevieja. Otras veces se pasa sin mayor problema, como hizo Jaime en estas imágenes espectaculares de Red Bull TV de una repetición de esta misma ruta anterior:

 

Pues el pasado sábado este arroyo llevaba agua como para abastecer a una ciudad mediana. Si habitualmente tiene menos de dos metros de ancho, este día mediría sus buenos cuatro metros de agua fresquita. Esto lo sé, lo de la temperatura, porque yendo primero me atreví a atravesarlo con cuidado para no caer al agua. Pero mis pies irremediablemente se dieron un buen baño. Sergio, que vino detrás, igual. Y Jaime, que venía detrás, lo mismo. Miguel fue más listo y pasó caminando por encima de unas piedras que alguien había colocado muy inteligentemente para poder cruzar sin mojarse.

 

Instantes después de tomar esta foto vimos llegar a un ciclista y nos relamimos pensando en cómo se iba a mojar los pies como nos había pasado a tres de nosotros. Y es que mal de muchos, consuelo de tontos. Y nosotros tontos somos, no podemos negarlo. ¿Pues no que va el ciclista, astuto él, y cruza el arroyo avanzando a cuarto de pedalada? De tal manera que al no llegar los pies a la parte baja del recorrido de la biela se mantuvo seco el fulano y nosotros nos quedamos con tres palmos de narices. Le teníamos que haber tirado al agua, hombre, que hay que tener un poco de solidaridad con el colectivo.

Cruzamos la M600 sin riesgo para nuestra integridad física. Es una carretera con mucho tráfico los sábados por la mañana. Especialmente si hace buen tiempo, como era el caso. Llegamos a Valmayor y como sospechábamos el nivel del agua estaba tan alto que había cubierto el camino que discurre paralelo a la orilla. Nos vemos obligados a avanzar casi campo a través por «hierba pisada»… Y así no cunde nada de nada. Además, vamos esquivando ramas bajas, palos y demás elementos naturales que habitualmente no nos encontramos por el sendero. Al menos descubrimos una nueva ventaja de llevar riñonera en vez de mochila: no me engancho en las ramas como le iba pasando a Sergio.

En un esfuerzo raro rompí la cadena. Enésima señal para que nos diéramos la vuelta y nos fuéramos a beber cerveza, que el día no estaba para montar en bici. En menos que canta un gallo lo arreglamos con un eslabón rápido y a seguir la marcha, que nos estábamos divirtiendo mucho (ironía aquí).

Teníamos que cruzar el río Aulencia por un vado, pero parece tarea imposible. Nos cruzamos con un ciclista en dirección contraria que nos avisa de que es imposible seguir por allí, que llega un momento que un muro de piedra de tres metros de alto y una alambrada recién instalada impiden el paso. Atendemos a sus explicaciones pero como somos del género tontísimo seguimos adelante, pasando penurias, arrastrando la bicicleta, ahora sí, totalmente campo a través hasta llegar al muro de 3 metros y la alambrada que como bien nos había anunciado el amable ciclista nos impediría el paso.

Este fue nuestro estúpido recorrido por la orilla. Pensad que el agua llegaba hasta nuestro track y flipad

Al otro lado de la alambrada nos encontramos con otro grupo de ciclistas que querían pasar a nuestro lado. Parecíamos dos grupos de presos intercambiándonos revistas guarras por cigarrillos. No pudieron pasar y tuvieron que seguir su camino por el otro lado, por la finca privada. Nosotros decidimos dar  media vuelta por donde habíamos venido, con las orejas gachas, ya resignados a no poder completar la ruta.

La idea era regresar a la M600 y continuar por ella hasta El Escorial, pero Sergio no quiso irse de Valmayor sin darse un baño de barro así que hizo un «Juancar» y en el charco más gordo que vio se atrancó, sacó el pie del lado izquierdo y se cayó hacia el lado derecho. Pude verlo con todo lujo de detalles ya que rodaba detrás suya y la caída fue de mérito. Pena no haberla grabado porque una caída tonta en barro otorga muchos, muchos «puntos loser».

En nuestro camino de regreso nos cruzamos con un ciclista solitario que iba en dirección al muro, de donde nosotros veníamos. Le dijimos cómo estaba la cosa y el hombre nos preguntó si habíamos llegado al puente. Contestamos que «ni puente ni puenta», que lo que hay es un muro como el de Invernalia pero el ciclista, hombre maduro, de unos 55 años, buena barriga y bien equipado, nos preguntó si éramos de la zona. Le dijimos que no, naturalmente.

Al parecer, siendo de la zona o bien te salen alas y puedes volar por encima del muro o bien tienes los huevos como el caballo de Espartero y puedes atravesar el mar de zarzas y llegar al otro lado del muro. Nos dijo que en una ocasión, no recuerdo si en este siglo o en el pasado, se vio en una situación similar en el mismo sitio y echó mano de una cámara hinchada para darle flotabilidad a la bici ya que el agua llegaba a la cintura. Nos quedamos con las ganas de ver si el superhombre conseguía proseguir su ruta o si por contra tuvo que darse la vuelta.

Más adelante nos encontramos con un grupo de ciclistas y parecieron más razonables y receptivos a nuestro consejo. Yo les dije que entenderíamos que siguieran adelante porque es lo que un buen español hace, como hicimos nosotros, claro. Después decidimos decirle a los grupos que nos cruzáramos que sí, que se puede salir por el fondo porque total… no iban a hacernos caso de todas formas y es una forma de darle ilusión a las personas. No se dio el caso, no nos cruzamos con más ciclistas.

Llegamos a la carretera que nos llevará hasta la M600. Es una carretera muy poco transitada pero que se pone a picar para arriba con gusto. Miguel va sobrado, Sergio y yo no vamos mal, pero Jaime se queda atrás. Y eso que venía de hacerse rutones por La Jarosa con mucho desnivel acumulado. Hay días que el cuerpo no quiere funcionar. Llegamos arriba, a la carretera. Apenas cinco kilómetros nos separan de El Escorial y decido ponerme primero para marcar un ritmo llevadero… pero cuando quiero darme cuenta el único que me sigue es Miguel. Jaime sigue sin pilas y Sergio se descuelga para ayudarle.

Nos reagrupamos en la glorieta de entrada a El Escorial y entramos al casco urbano por la Avenida de Castilla, que pica para arriba que da gusto. Ya hemos terminado. Sanos y salvos, que no es poco decir después del fracaso de ruta que hemos hecho. Miguel, además, comprueba felizmente que su teléfono está donde lo dejó y podemos por lo menos refrescarnos el cuerpo con unas cervezas fresquitas.

 

Moraleja 1: no seas gilipollas y haz caso a las señales.
Nosotros no lo hicimos. No teníamos que haber llegado hasta Valmayor. Y menos aún haber desoído la advertencia del ciclista que nos dijo que no había salida. Nos hubiéramos ahorrado un tiempo valiosísimo para aplicar la segunda moraleja.

 

Moraleja 2: si la cosa se ha dado muy mal, tómate otra ronda y ya verás como la cosa empieza a mejorar.

 

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