Ciclismo pausado en el Valle de los Pedroches

Aprovechando que en Madrid los niños no han tenido clase ni viernes 25 ni lunes 28 de febrero con motivo del Carnaval (o semana blanca…. o lo que sea) hemos aprovechado para hacer una escapadita al pueblo, a Conquista, a disfrutar del ciclismo pausado en el Valle de los Pedroches.

No dejo pasar la oportunidad de salir a dar una vuelta en bicicleta pero como  hemos traído la lluvia con nosotros y viernes y lunes teletrabajo solo tengo opción de salir el domingo. No desaprovecho la oportunidad y tras cambiarle las cubiertas a la bicicleta que uso aquí me visto con ropa ciclista de la vieja y salgo a recorrer una de mis rutas de cabecera por estos montes a ritmo muuuuuy tranquilo, disfrutando de todo lo que veo y de cada pedalada.

La bici, una  llevaba unas ligerísmas Maxxis Larsen TT en medida 1,90 que me van a venir muy bien para otro proyecto (la bici que voy a preparar para excursiones familiares y viajes). En su lugar he montado unas Michelín Country Trail de 2 pulgadas, algo más anchos que los Larsen TT y que la bici ha agradecido mucho al ser más polivalentes y tener más balón. Evitaré así incidentes lamentables por llantazo como el que sufrí hace un tiempo bajando a saco por una pista de piedras al encontrar los límites de las cubiertas como expliqué en esta otra entrada.

 

 

He comentado que me vestí con ropa ciclista de la vieja. Me gustaría matizar, porque aquí interviene otro de los grandes placeres de venirse a la casa del pueblo: ponerse ropa pasada de moda. Cuando vengo a Conquista no me traigo maleta. Aquí tengo ropa que voy «retirando» de la circulación de manera que me paso todos los días de mi estancia usando un chándal de cuando estaba en la universidad o las primeras camisetas técnicas térmicas que compré, hará ya más de 15 años, y que he ido sustituyendo en Madrid por otras de más calidad. ¿Qué se hace con esa ropa? ¿Se tira? de eso nada. Se DISFRUTA en la casa del pueblo. Y me consta, porque lo tengo hablado con colegas, que no soy el único raro al que le produce cierto placer «desactualizarse» de vez en cuando. Con la ropa de ciclismo pasa lo mismo, naturalmente.

 

 

Las de la foto son la primeras zapatillas de ciclismo de montaña que compré. Unas Shimano semirrígidas que cumplen más que de sobra. Tendrán sus buenos 18 años. Calcetines de montaña para llevar los pies razonablemente calientes y unas mallas de running en vez de un culote largo. En la parte superior del cuerpo una camiseta térmica verde chillón, un forro polar fino y el primer cortavientos que compré específico para ciclismo, de la marca Rockrider y que me hizo ver, en su día, la necesidad de aprovisionarme con ropa adecuada porque ir vestido con propiedad marcaba la diferencia especialmente en invierno. Mochila, casco, guantes y gafas de primer precio de Decathlón. Complementos todos ellos poco glamurosos pero cumplidores.

En resumen, entre la bicicleta «vintage» y la indumentaria a base de restos de serie el postureo se resiente… pero me encanta.

Comencé la ruta saliendo del pueblo en sentido sur en paralelo al cauce del Arroyo Grande, que apenas lleva agua por culpa de la sequía asquerosa que venimos arrastrando. La tónica general es disfruta del campo que llevo tanto tiempo sin visitar. Llevo sin venir desde el verano y durante los meses de calor el campo está feo y no merece mucho la pena. Ruedo por lo que en su día fuera un trazado ferroviario del que queda testimonio en forma de los característicos edificios, ahora ruinosos, que servían de apeaderos o de puntos de servicio del tipo que sea.

 

Esta es una foto «de archivo» de un año que no faltaron las lluvias

 

El perfil de esta primera parte de la ruta es ascendente pero no se atraganta en ningún momento. Ruedo tranquilo escuchando a las ovejas balar y a los perros ladrarme. Porque donde hay ovejas sueltas suele haber mastines cuidándolas. Ya no me asustan tanto como al principio. A alguno, de hecho, le sorprendo echándose una siesta y he aprendido que con muchos de ellos sirve «identificarte» como ser humano hablándoles. Algunos empiezan a mover la cola. Curiosamente los que me ladran enfadados son los que están detrás de una alambrada, que incluso me persiguen unos metros… yo por el camino y ellos en su cercado.

 

 

Veo a muchos, muchos corderos. Esto me recuerda a uno de los acontecimientos sociales más importantes de Conquista durante los tiempos pre-pandemia: la feria del cordero. El ayuntamiento pone a disposición de los hosteleros locales corderos para asar y se montan unas carpas enormes para dar cobijo a gente de toda la provincia (y las colindantes) y se come y se bebe en abundancia y de calidad. Este año 2022 se celebrará una versión «ligera» del evento, en los bares en vez de en la carpa. Pero es un símbolo más del fin de las restricciones y de la vuelta a la anhelada «normalidad» pre-covid.

 

 

Me alegra ver que se ha invertido algo de presupuesto en señalizar rutas senderistas y en instalar carteles explicativos de las características del paisaje y la arquitectura tradicional de las explotaciones ganaderas, como las zahúrdas. Como asiduo visitante pero sin perder el criterio del urbanita «amante» del campo siempre he pensado que Conquista podría sacar mucho provecho económico del entorno natural que le rodea. Hay una red de mil caminos para poder rodar en bicicleta, caminar o correr. La pesca, la caza, una gastronomía excelente… lo que no hay hoy en día es donde alojarse. Hay una posada, pero lleva un tiempo sin ser explotada porque seguramente no saldrá a cuenta. Naturalmente, porque no hay demanda. Posiblemente, porque no hay oferta. Por eso me alegra tanto ver carteles como el de la foto.

 

 

Existe un circuito de pruebas BTT que recorre todo el Valle de los Pedroches .En febrero de 2018 se celebró una prueba en Conquista. Tuvo éxito hasta donde sé… pero no se ha vuelto a celebrar.

 

 

Sigo mi recorrido parsimonioso con la cabeza puesta en todas estas cosas que os voy contando y tomo el camino hacia el embalse de la Saucedilla congratulándome una vez más de encontrar señalización.

 

 

A pesar de haber estado todo el viernes lloviendo y haber caído algo de agua también el sábado no hay barro. Tan seco estaba el terreno que ha absorbido el chaparrón y el estado de los caminos es ese perfecto puntito de humedad que evita que se produzca polvo y da un agarre excelente sin llegar a lastrar. Perfecto a fin de cuentas.

Tras pasar por debajo de las vías del AVE Madrid-Sevilla vuelvo a ver representación del tipo de ganadería extensiva (de la buena, ya sabéis) que se explota en esta zona. Un buen número de vacas descansan junto a sus terneros y me miran curiosas como pensando….¿Qué hará el mamarracho ese echándonos fotos como si estuviera en un museo? En realidad este pensamiento es de mi cosecha, pero lo proyecto a las vacas como para quitarme protagonismo. Sabed, queridos lectores, que con tal de ilustrar mis salidas en bicicleta para vuestro deleite no me importa lo que las vacas puedan pensar de mí.

 

 

Pero la gran joya de la corona es el cerdo ibérico. No en vano existe la denominación de origen Los Pedroches. Y está por descubrir. Comprad un jamón aquí y no os defraudará.

 

 

Mi camino me lleva a cruzar primero el arroyo de Pedro Moro y luego el río Guadalmez, que hace de límite natural entre Andalucía y Castilla la Mancha. Ambos sequísimos también. Cuando paso por aquí sorprende la cantidad de conejos que se cruzan en el camino. Reconozco haber puesto el móvil a grabar para enseñároslo pero quedarme con un palmo de narices al ver solo un par de estos animales correr a lo lejos. Me explico a mí mismo que es por la hora. Es cerca de medio día y habitualmente es muy temprano cuando suelo pasar por aquí. Hoy no he podido salir antes.

Fuerzo el cambio de la bici en una pequeña rampa y estoy a punto de liarla bien gorda. El tope superior no está bien regulado y se me sale la cadena hacia dentro.

 

 

De milagro me da tiempo de sacar las calas y no caerme al suelo de lado. Ese cambio requiere de un ajuste pero como estoy apenas a 100 metros de La Saucedilla, decido acercarme hasta allí en vez de sacar los avíos en mitad del camino.

 

 

 

Este, junto al parque de Polvoranca y el embalse de Ciudad Ducal es uno de mis lugares preferidos. Es raro que venga al pueblo y no acabe acercándome por aquí. Y siempre que alguien viene de visita acabamos viniendo al embalse igualmente.

 

Otra foto de archivo… de cuando era todo orejas y nariz
Cuando Jaime empezaba a dar pedales. Ahora no hay quien le pare

 

Paro en una piedra que hay a modo de mesa junto a las ruinas de un edificio y saco las herramientas con intención de apretar un poco el tornillo del tope del cambio. Creo que voy a invertir 20 eurillos en una multiherramienta en condiciones. La que llevo es del chino y el tronchacadenas está literalmente roto. Cualquier día voy a tener un percance. Es probable, además, que la solución vulcanizante de los parches esté seca. Llevo dos cámaras como precaución.

Y a los más observadores no os habrá pasado desapercibida la caña de pescar. No la llevo en la mochila habitualmente, claro, pero sí con recurrencia. No hay mayor placer en el mundo que ir en bici a pescar si es que nos gusta la bici y la pesca.

 

 

Pongo camino de vuelta y cojo la carretera entre Fuencaliente y Conquista. Está hecha una mierda desde que la conozco. Pasa junto a la finca La Garganta, donde se conocieron un tal Juan Carlos y una tal Corinna, y siendo malpensado se me ocurre que tal vez la empresa gestora de la propiedad tenga cierta influencia e impida que esta carretera se arregle porque no conviene que aumente el tráfico…no sé.

 

 

Este tramo se hace aburrido. Lo único bueno es que se ven perdices y con suerte ciervos. Un descenso vertiginoso me lleva a cruzar de nuevo el río Guadalmez. De seguir por la carretera llegaría a Conquista pero prefiero salirme a la izquierda y rodar por camino. Y decido seguir por un tramo que solo he recorrido una vez y de esto hace 10 años. Tiene algún tramo del 15% que pone a prueba el desarrollo de mi bici (plato de 30 y corona de 40) pero consigo superarlas con un poco de esfuerzo. La vez anterior Lude y Raúl me acompañaban y siempre iba arrastrado detrás de ellos. Esto sucede junto a la vía del AVE tras pasar por el viaducto que salva el río. Un obrón que dio trabajo a gente del pueblo durante una buena temporada.

 

 

Y casi sin darme cuenta llego de vuelta al pueblo y me sorprendo a mí mismo apretando los pedales en las calles antes de llegar a casa donde un merecido premio en forma de montado de morcilla local me supo a gloria bendita.

Vendré mil veces más al pueblo y repetiré esta misma ruta cada una de ellas. Y en cada ocasión me vestiré con ropa vieja y miraré a los animales embobado. Casi seguro que repetiré la misma foto en el mismo sitio. Por supuesto, cada vez que pase por determinado punto me acordaré de aquel año que llovió tanto y de cómo corrían los arroyos. Me llevaré la caña de pescar para probar suerte y llegaré a la casa contento. Y el pincho de morcilla será un manjar, eso seguro. Si vienen colegas o familia conmigo entonces será uno de los mejores días del mundo.

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