Una Vía Verde con trampa

Aprovechando el pasado puente de San Isidro madrileño, varias familias del ámbito del perdedorismo preparamos una escapada lúdico-ciclista a Hervás con la idea de recorrer parte de la Vía Verde Ruta de la Plata, una maravilla paisajística sobre la que, como siempre digo, podéis encontrar detalladísima información en la página oficial de Vías Verdes.

 

¿Qué Vía Verde es esa?

El recorrido de la Vía Verde Ruta de la Plata comienza en Casas del Monte y termina en Béjar. Nosotros nos alojamos en un complejo rural en Hervás (El Canchal de la Gallina, muy recomendable). Al ser las Vías Verdes recorridos lineales hay que tener en cuenta la vuelta, es decir, se dobla el kilometraje del camino recorrido. La premisa era recorrer la vía en dirección Béjar hasta donde llegáramos y, si acaso, al día siguiente hacer lo mismo pero en sentido contrario. Así que el primer día comenzaríamos a dar pedales cuesta arriba.

¿Cómo vamos a organizarnos entonces?

Los niños más mayores son completamente autónomos pero para los más pequeños montamos barras remolcadoras en las bicicletas de los adultos de manera que cuando se cansaran sería «sencillo» enganchar sus pequeñas bicicletas a las de sus progenitores. El viernes por la tarde echamos un rato largo colocando bien el remolcador en la bici de Jaime (bueno… bici de Natalia prestada) porque por no apretar bien unas tuercas no éramos capaces de que no se moviera lateralmente la bici infantil con el riesgo que esto supone.

 

Sin duda el perfil y el calor condicionaron la ruta, pero vayamos desgranando el asunto poco a poco. Para llegar a la Vía Verde Ruta de la Plata teníamos que recorrer un par de kilómetros de auténtico ciclismo de montaña. Había un camino perfectamente practicable, pero con piedras, cuestas y otras maldades que las ruedas (y piernas) de los más pequeños superaron a duras penas.

 

 

A remolcar criaturas

Tanto es así que al llegar a la Vía Verde, Álvaro ya estaba pidiendo la hora y hubo que engancharle. Miguel, al ver a su compinche ser cómodamente remolcado también quiso probar las mieles del Trailgator. Pero el enganche que iba montado en su bici no estaba lo suficientemente apretado (lo coloqué la semana anterior pero no lo probamos) y la bici se iba de lado y el niño (lógicamente) se asustaba y frenaba. Miriam, que llevaba la bici remolcadora, consiguió avanzar unos cuantos cientos de metros yendo en línea muy recta y así llegamos hasta la estación de Hervás (para llegar hasta la Vía Verde evitando carril bici y tramo urbano habíamos retrocedido un par de kilómetros). A estas alturas de ruta el pelotón ya se había estirado porque los niños mayores, ajemos a estos problemas logísticos, habían seguido avanzando.

 

Buena señalización

Como debe de ser en la Vía Verde Ruta de la Plata, cuando hay un cruce con una carretera, hay postes de madera para evitar que los coches pasen a la vía. Y al pasar por entre una pareja de estos postes casi ocurre una desgracia porque el trailgator de Miriam y Miguel se había torcido y siendo un paso relativamente estrecho la cosa fue que por poco no ocurre un accidente. A esas alturas ya sabíamos que el problema era que la sujeción de la dirección de la bici infantil estaba floja y por suerte en la estación habíamos visto un poste de herramientas de uso público (gran iniciativa).

Miriam y yo retrocedimos unos metros para ver si entre esas herramientas había alguna que nos permitiera apretar las tuercas de la sujeción de marras. Miguel siguió avanzando a pie con María al encuentro del resto de la expedición que esperaban poco más adelante, comiendo algo en el puente de hierro del río Ambroz, con maravillosas vistas de Hervás.

 

Las averías…

Una maravillosa llave inglesa nos permitió apretar las malditas tuercas para seguir adelante. Pero al tratar de ponernos en marcha la rueda delantera de Miriam estaba en el suelo. La cámara eran muy vieja y se había rajado la unión entre cámara y válvula. Nada que no se solucione en 10 minutos cambiando la cámara, que como gente previsora que somos llevábamos de recambio.

 

Cuando Miriam y yo conseguimos llegar al encuentro del resto de ciclistas, volvimos a ponernos en marcha.

Empieza lo malo

El camino picaba constantemente hacia arriba como bien sabíamos. No era un porcentaje de desnivel excesivo, pero sí lo suficiente como para requerir cierta preparación física. Vamos… que no estando acostumbrado a montar en bici se pasa mal.  Y hacía calor, que no ayuda. El grupo comenzó a estirarse de nuevo porque los niños mayores rodaban a su ritmo y sucedió lo que suele pasar en estos casos: cada cuál se puso a rodar (a caminar, a partir de cierto punto) a su ritmo. Viendo que aquello no pintaba bien Jaime+Álvaro, Jorge y yo nos adelantamos a buscar un sitio donde comer a la sombra… pero no había dónde apartarse del camino a la sombra. Ni merenderos, ni praderas ni nada. Solo monte.

 

Buen sitio para descansar

Al cruzarnos con un grupo que rodaba en sentido contrario les paramos y les preguntamos si habían pasado por algún sitio digno para pararse a comer y nos dijeron que a unos tres o cuatro kilómetros había una estación (la estación de Baños de Montemayor). Así que nos pusimos como meta llegar hasta allí. Lo comunicamos por teléfono al resto del grupo, que venían por detrás en grupos separados, tan dramática estaba siendo la ascensión. No quedaba más remedio que seguir subiendo.

Llegamos a la estación y el esfuerzo mereció la pena: merenderos, fuentes de agua fresca, sombra e incluso columpios a nuestro servicio para reponer fuerzas después de tan fatigoso esfuerzo. Hacía tanto calor que lo primero que hicimos algunos fue meter la cabeza debajo del grifo de agua.
Jaime bajó a Álvaro y retrocedió a echar una mano y una vez llegó Lourdes como para hacerse cargo de los niños bajé yo a hacer lo propio… pero con poco éxito ya que a esas alturas, Miriam y Miguel, ya casi habían llegado a la estación por su cuenta.

 

Dimos buena cuenta de las viandas que llevábamos en las alforjas. Merecida recompensa para nuestras maltrechas piernas. No seguiríamos adelante, no tenía sentido seguir subiendo en esas condiciones. Aunque luego supimos que estábamos a pocos metros de uno de los mayores atractivos de la ruta, un túnel de más de 200 metros que hubiera estado bonito atravesar. Otra vez será.

La vuelta mola

Antes de ponernos de vuelta  hice de gregario y cogí todos los bidones que me cabían en las manos para rellenarlos de agua en una fuente natural que había junto a la estación. La vuelta sería rápida, siendo cuesta abajo. Es curioso ver cómo los adultos no teníamos que dar pedales, solo dejarnos caer, y los pequeños tenían que seguir dando pedales como locos para que sus bicicletas de ruedas pequeñas no se pararan.

 

Al llegar de vuelta a la estación de Hervás dimos cuenta de unos refrescos y unos helados y pasamos el resto de la tarde en la piscina del complejo turístico y preparando la barbacoa para la cena.

 

Hacia el otro lado

Jaime y yo decidimos madrugar al día siguiente, domingo, para recorrer la Vía Verde Ruta de la Plata en sentido contrario y llegar a Casas del Monte. Raúl se animó a acompañarnos. A la ida, a pesar del viento en contra, se hizo bastante bien al ser cuesta abajo. La temperatura era fresca, sobre todo al principio ya que dábamos pedales sin esfuerzo para rodar con una media de 25Km/h.

La idea era desayunar en  Casas del Monte pero resulta que el pueblo queda a un par de kilómetros subiendo la loma de la montaña y a la altura de la Vía Verde no hay ningún bar donde poder tomarse un mísero café así que decidimos desayunar a la vuelta en Hervás. El camino de vuelta, cuesta arriba, se le hizo bola a Raúl que a cada momento se paraba a comer algo de lo que su madre le había echado en la bolsa del manillar.

 

Así no se puede, claro…

No avanzábamos porque nos parábamos a cada momento. Raúl no quería desayunar en Hervás, quería ir directamente a la casa porque ya había tenido bastante bici por aquel día. Y se quedaba atrás y a duras penas tirábamos Jaime y yo de él. De buenas a primeras nos adelantan dos ciclistas que iban más rápido que nosotros y nos dicen que «nos hemos dejado al niño atrás»… pero el niño (Raúl, se entiende) venía a rueda y en vez de quedarse a nuestra altura siguió aguantando el ritmo de los dos ciclistas adelantadores. A Jaime y a mí nos hizo gracia y dejamos que se marchara, pensando que así al menos avanzaríamos y que sería cuestión de pocos metros que le diéramos alcance aún sin forzar porque el niño se cansaría. Pero no.

Pasaron los minutos y el niño no se cansaba. Y miraba atrás y nos veía a los dos tontos que no recortábamos. Le metía otro empujoncito y aumentaba la distancia otro poco más. Y así fuimos durante unos 5 kilómetros hasta que llegamos al cruce donde debíamos desviarnos hacia la casa rural. Raúl paró con la esperanza de volver a la casa, pero Jaime y yo preferíamos desayunar en Hervás así que seguimos de frente, Raúl con nosotros. Y volvió a escaparse pero esta vez le acompañé y no sin esfuerzo llegamos a la altura de la estación de Hervás, donde salimos de la Vía Verde y nos metimos en el pueblo con un destino muy claro: la churrería.

 

Tras dar buena cuenta de un desayuno a la altura volvimos al Canchal de la Gallina por el carril bici.

Reflexiones de andar por casa

Para cerrar esta entrada, mis conclusiones. Adoro las Vías Verdes pero reconozco que de saber que esta sería así de «empinada» hubiera planteado el día de otra forma. Tal vez contratar el servicio de alguna empresa de las que alquilan bicis y te van a buscar al final para devolverte a ti y a las bicis al punto de inicio. Saliendo de Béjar y siendo todo cuesta abajo otro gallo hubiera cantado.

Tal vez se haga algún día la Vía Verde Ruta de la Plata en el otro sentido para sacar la espina que nos ha quedado, ya veremos.

Una bicicleta eléctrica, que también pueden alquilarse, también ayudaría bastante. En fin, lo hecho hecho está. ¡Habrá que ir pensando en la próxima!

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