¿Quiénes somos?


No somos los más rápidos, ni los más técnicos, ni los que mejor suben, ni los que mejor bajan, ni los que más kilómetros hacen, ni los que más pulsaciones alcanzan, ni los que mejores bicicletas tienen, ni los que más entrenan, ni los que mejor saltan, ni los que mejor derrapan, ni los que mejores caballitos hacen, ni los que mejor pasan por trialeras, ni los que mejor vadean ríos y arroyos, ni siquiera los que mejor se toman las cañas de después. Somos todo lo contrario, somos diferentes, somos perdedores.

sábado, 28 de mayo de 2022

Me voy a desayunar con una vieja

Reconozco que el título de esta entrada es capcioso, ciertamente. No me refiero a una mujer de avanzada edad sino a una bicicleta vieja. Pero no una cualquiera. No estamos hablando de una clásica (anda que no hay debate sobre lo que es clásico vs lo que es simplemente viejo). No estamos hablando de una bici que merezca mínimamente la pena para alguien que no sea yo porque el objeto de esta entrada es la primera bicicleta de montaña que tuve y de la que os hablaba, queridísimos lectores, en esta entrada hace unos meses.

No voy a volver a contar lo mismo que ya conté sobre la bicicleta, solamente decir que esta no es la que yo tuve porque la regalé pero es exactamente igual a mi primera bicicleta de montaña. Y, seamos sinceros, es una mierda pinchada en un palo pero me trae buenos recuerdos.

Me encontraba pasando unos días en la casa de Navalperal de Pinares y esta bici la tengo allí. Y cada día me decía que tenía que salir a dar un paseo con ella. Algo sin pretensiones, que ni yo tengo el cuerpo para fiestas después del palizón del desafío Leganés-Toledo ni la bici admite muchas virguerías. Así que esperé al sábado, que amaneció un día excelente, y me puse rumbo a Las Navas del Marqués para desayunar en el restaurante Magalia (me encanta) como un señor. 

Al principio de la ruta hay que subir un poquito y me lo tomo con calma. La bici pesa mucho y la corona más grande del casete de seis velocidades no es precisamente grande. Además se me sale la cadena para dentro al llevar la palanca de cambio (no son indexadas) más allá de lo que debía. Excelente excusa para bajarme de la bici y terminar de subir la cuesta caminando. 

Luego vienen unos metros de llaneo que aprovecho para grabar los vídeos que veréis en esta entrada. Voy solo, es temprano, no tengo prisa, hace bueno...  Estoy a un cuarto de hora de hacerme youtuber. 

Una bajada por pista me recuerda que lo peor que tiene esta bici es que frena fatal de los fatales. No dejo la bici correr por miedo a tener que dar una frenada de emergencia y que los frenos no estén a la altura. 

Agradezco rodar por un camino en buen estado porque al no tener horquilla de suspensión mis manos y antebrazos son las que se comen todas las irregularidades del terreno. Me afano por esquivar todo lo esquivable para no llegar a casa con dislocación mortal de muñecas. 

A pesar de esto me sorprende lo cómoda que es. El sillín es de paseo, el manillar muy ancho y la postura no es en absoluto tumbada. Vamos, que por postura se aguantaría una buena tirada de horas encima de ella. 

Recorro en un pis-pas los apenas siete kilómetros que separan un pueblo del otro. Encadeno la bicicleta en el aparcamiento del bar, bien a la vista, y me pido un cafelito con leche con tostadas que es el mejor desayuno que existe en el mundo (con permiso de los churros)

Tras pagar religiosamente (propina incluida) y tras hacer un recado emprendí la vuelta a casa. Me doy cuenta de que ya le voy cogiendo el puntillo a los cambios por fricción y cada vez soy más preciso. No obstante tendré que regular los topes tanto del desviador como del cambio trasero porque se sale la cadena.  

Abuso del plato pequeño casi todo el rato. Me pregunto cómo era capaz yo de hacer rutas de 40 kilómetros (con poco desnivel, eso es cierto) con esta bicicleta a mis 14 años. La cosa es que es lo que había y yo estaba tan contento con ella. 

Recorro los últimos kilómetros con mucha más confianza que los primeros y al llegar a casa le doy un buen manguerazo a esta vieja porque se merece descansar limpita. Dentro de unos meses, imagino, volveré a sacarla de paseo. A desayunar, a merendar o a tomar una caña, lo que sea. Despacito, sin pretensiones, que no está para muchos trotes. Y os lo volveré a contar a ver si sacáis una sonrisa como la que yo tengo en la foto de arriba.

viernes, 27 de mayo de 2022

Ciclismo en familia - Vía Verde Ruta de la Plata

Aprovechando el pasado puente de San Isidro madrileño, varias familias del ámbito del perdedorismo preparamos una escapada lúdico-ciclista a Hervás con la idea de recorrer parte de la Vía Verde de la Ruta de la Plata, una maravilla paisajística sobre la que, como siempre digo, podéis encontrar detalladísima información en la página oficial de Vías Verdes

El recorrido comienza en Casas del Monte y termina en Béjar. Nosotros nos alojamos en un complejo rural en Hervás (El Canchal de la Gallina, muy recomendable). Al ser las Vías Verdes recorridos lineales hay que tener en cuenta la vuelta, es decir, se dobla el kilometraje del camino recorrido. La premisa era recorrer la vía en dirección Béjar hasta donde llegáramos y, si acaso, al día siguiente hacer lo mismo pero en sentido contrario. Así que el primer día comenzaríamos a dar pedales cuesta arriba. 


Los niños más mayores son completamente autónomos pero para los más pequeños montamos barras remolcadoras en las bicicletas de los adultos de manera que cuando se cansaran sería "sencillo" enganchar sus pequeñas bicicletas a las de sus progenitores. El viernes por la tarde echamos un rato largo colocando bien el remolcador en la bici de Jaime (bueno... bici de Natalia prestada) porque por no apretar bien unas tuercas no éramos capaces de que no se moviera lateralmente la bici infantil con el riesgo que esto supone.  


Sin duda el perfil y el calor condicionaron la ruta, pero vayamos desgranando el asunto poco a poco. Para llegar a la Vía Verde teníamos que recorrer un par de kilómetros de auténtico ciclismo de montaña. Había un camino perfectamente practicable, pero con piedras, cuestas y otras maldades que las ruedas (y piernas) de los más pequeños superaron a duras penas. 


Tanto es así que al llegar a la Vía Verde, Álvaro ya estaba pidiendo la hora y hubo que engancharle. Miguel, al ver a su compinche ser cómodamente remolcado también quiso probar las mieles del Trailgator. Pero el enganche que iba montado en su bici no estaba lo suficientemente apretado (lo coloqué la semana anterior pero no lo probamos) y la bici se iba de lado y el niño (lógicamente) se asustaba y frenaba. Miriam, que llevaba la bici remolcadora, consiguió avanzar unos cuantos cientos de metros yendo en línea muy recta y así llegamos hasta la estación de Hervás (para llegar hasta la Vía Verde evitando carril bici y tramo urbano habíamos retrocedido un par de kilómetros). A estas alturas de ruta el pelotón ya se había estirado porque los niños mayores, ajemos a estos problemas logísticos, habían seguido avanzando.


Como buena Vía Verde, cuando hay un cruce con una carretera hay postes de madera para evitar que los coches pasen a la vía. Y al pasar por entre una pareja de estos postes casi ocurre una desgracia porque el trailgator de Miriam y Miguel se había torcido y siendo un paso relativamente estrecho la cosa fue que por poco no ocurre un accidente. A esas alturas ya sabíamos que el problema era que la sujeción de la dirección de la bici infantil estaba floja y por suerte en la estación habíamos visto un poste de herramientas de uso público (gran iniciativa). Miriam y yo retrocedimos unos metros para ver si entre esas herramientas había alguna que nos permitiera apretar las tuercas de la sujeción de marras. Miguel siguió avanzando a pie con María al encuentro del resto de la expedición que esperaban poco más adelante, comiendo algo en el puente de hierro del río Ambroz, con maravillosas vistas de Hervás.


Una maravillosa llave inglesa nos permitió apretar las malditas tuercas para seguir adelante. Pero al tratar de ponernos en marcha la rueda delantera de Miriam estaba en el suelo. La cámara eran muy vieja y se había rajado la unión entre cámara y válvula. Nada que no se solucione en 10 minutos cambiando la cámara, que como gente previsora que somos llevábamos de recambio. 


Cuando Miriam y yo conseguimos llegar al encuentro del resto de ciclistas, volvimos a ponernos en marcha. 

El camino picaba constantemente hacia arriba como bien sabíamos. No era un porcentaje de desnivel excesivo, pero sí lo suficiente como para requerir cierta preparación física. Vamos... que no estando acostumbrado a montar en bici se pasa mal.  Y hacía calor, que no ayuda. El grupo comenzó a estirarse de nuevo porque los niños mayores rodaban a su ritmo y sucedió lo que suele pasar en estos casos: cada cuál se puso a rodar (a caminar, a partir de cierto punto) a su ritmo. Viendo que aquello no pintaba bien Jaime+Álvaro, Jorge y yo nos adelantamos a buscar un sitio donde comer a la sombra... pero no había dónde apartarse del camino a la sombra. Ni merenderos, ni praderas ni nada. Solo monte.   


Al cruzarnos con un grupo que rodaba en sentido contrario les paramos y les preguntamos si habían pasado por algún sitio digno para pararse a comer y nos dijeron que a unos tres o cuatro kilómetros había una estación (la estación de Baños de Montemayor). Así que nos pusimos como meta llegar hasta allí. Lo comunicamos por teléfono al resto del grupo, que venían por detrás en grupos separados, tan dramática estaba siendo la ascensión. No quedaba más remedio que seguir subiendo.

Llegamos a la estación y el esfuerzo mereció la pena: merenderos, fuentes de agua fresca, sombra e incluso columpios a nuestro servicio para reponer fuerzas después de tan fatigoso esfuerzo. Hacía tanto calor que lo primero que hicimos algunos fue meter la cabeza debajo del grifo de agua. 

Jaime bajó a Álvaro y retrocedió a echar una mano y una vez llegó Lourdes como para hacerse cargo de los niños bajé yo a hacer lo propio... pero con poco éxito ya que a esas alturas, Miriam y Miguel, ya casi habían llegado a la estación por su cuenta.


Dimos buena cuenta de las viandas que llevábamos en las alforjas. Merecida recompensa para nuestras maltrechas piernas. No seguiríamos adelante, no tenía sentido seguir subiendo en esas condiciones. Aunque luego supimos que estábamos a pocos metros de uno de los mayores atractivos de la ruta, un túnel de más de 200 metros que hubiera estado bonito atravesar. Otra vez será.

Antes de ponernos de vuelta  hice de gregario y cogí todos los bidones que me cabían en las manos para rellenarlos de agua en una fuente natural que había junto a la estación. La vuelta sería rápida, siendo cuesta abajo. Es curioso ver cómo los adultos no teníamos que dar pedales, solo dejarnos caer, y los pequeños tenían que seguir dando pedales como locos para que sus bicicletas de ruedas pequeñas no se pararan. 


Al llegar de vuelta a la estación de Hervás dimos cuenta de unos refrescos y unos helados y pasamos el resto de la tarde en la piscina del complejo turístico y preparando la barbacoa para la cena. 

Jaime y yo decidimos madrugar al día siguiente, domingo, para recorrer la Vía Verde en sentido contrario y llegar a Casas del Monte. Raúl se animó a acompañarnos. A la ida, a pesar del viento en contra, se hizo bastante bien al ser cuesta abajo. La temperatura era fresca, sobre todo al principio ya que dábamos pedales sin esfuerzo para rodar con una media de 25Km/h. La idea era desayunar en  Casas del Monte pero resulta que el pueblo queda a un par de kilómetros subiendo la loma de la montaña y a la altura de la Vía Verde no hay ningún bar donde poder tomarse un mísero café así que decidimos desayunar a la vuelta en Hervás. El camino de vuelta, cuesta arriba, se le hizo bola a Raúl que a cada momento se paraba a comer algo de lo que su madre le había echado en la bolsa del manillar. No avanzábamos porque nos parábamos a cada momento. Raúl no quería desayunar en Hervás, quería ir directamente a la casa porque ya había tenido bastante bici por aquel día. Y se quedaba atrás y a duras penas tirábamos Jaime y yo de él. De buenas a primeras nos adelantan dos ciclistas que iban más rápido que nosotros y nos dicen que "nos hemos dejado al niño atrás"... pero el niño (Raúl, se entiende) venía a rueda y en vez de quedarse a nuestra altura siguió aguantando el ritmo de los dos ciclistas adelantadores. A Jaime y a mí nos hizo gracia y dejamos que se marchara, pensando que así al menos avanzaríamos y que sería cuestión de pocos metros que le diéramos alcance aún sin forzar porque el niño se cansaría. Pero no. Pasaron los minutos y el niño no se cansaba. Y miraba atrás y nos veía a los dos tontos que no recortábamos. Y le metía otro empujoncito y aumentaba la distancia otro poco más. Y así fuimos durante unos 5 kilómetros hasta que llegamos al cruce donde debíamos desviarnos hacia la casa rural. Raúl paró con la esperanza de volver a la casa, pero Jaime y yo preferíamos desayunar en Hervás así que seguimos de frente, Raúl con nosotros. Y volvió a escaparse pero esta vez le acompañé y no sin esfuerzo llegamos a la altura de la estación de Hervás, donde salimos de la Vía Verde y nos metimos en el pueblo con un destino muy claro: la churrería.


Tras dar buena cuenta de un desayuno a la altura volvimos al Canchal de la Gallina por el carril bici.  

Para cerrar esta entrada, mis conclusiones. Adoro las Vías Verdes pero reconozco que de saber que esta sería así de "empinada" hubiera planteado el día de otra forma. Tal vez contratar el servicio de alguna empresa de las que alquilan bicis y te van a buscar al final para devolverte a ti y a las bicis al punto de inicio. Saliendo de Béjar y siendo todo cuesta abajo otro gallo hubiera cantado. Tal vez se haga algún día para sacar la espina que nos ha quedado, ya veremos.

Una bicicleta eléctrica, que también pueden alquilarse, también ayudaría bastante. En fin, lo hecho hecho está. ¡Habrá que ir pensando en la próxima!

lunes, 23 de mayo de 2022

Y llegó el día: de Leganés a Toledo por la sombra (21/05/2022)

Sí, queridos amigos, fieles lectores de este blog, habéis leído bien. El pasado sábado 21 de mayo de 2022 cuatro aguerridos perdedores nos dimos la paliza del siglo en plena ola de calor para recorrer la distancia entre Leganés y Toledo en bicicleta de montaña. Y lo conseguimos y lo celebramos... pero empecemos desde el principio, que la ocasión lo merece. No leáis esta entrada sentados en el váter, como soléis hacer, porque tiene su miga. Abrid una cerveza y unas patatas fritas y dejaros llevar, yo trataré de contar con mucho detalle lo acontecido, vamos a ver qué tal nos queda.

A principios de año, no recuerdo por qué, se me pasó por la cabeza la idea de proponer un reto ciclista al alcance de los perdedores para darle un poco de salsita a la cosa y me puse a buscar cómo de fácil sería llegar desde Leganés a Toledo por caminos. No tardé en encontrar varios tracks en Wikiloc y tomando parte de varios de ellos pinté uno que sería el que seguiríamos.

Track disponible en Wikiloc

Sobre el papel, 82 kilómetros con 359 metros de desnivel. Nada del otro mundo, pero evidentemente requiere cierta preparación física. Así que, con tiempo, en el mes de enero, compartí mis intenciones con el resto de Perdedores. Asistí ilusionado, que no sorprendido, como bastantes aceptaron el reto. Jaime no se había hecho más de 50 kilómetros nunca. Sergio estaba en una etapa en la que a partir de los 30 kilómetros le daban calambres... pero siendo una de las condiciones que la ruta la hiciéramos en primavera teníamos tiempo de prepararnos. El tema de la logística también generaba dudas pero Sergio y yo, los que vivimos en Leganés, lo teníamos bien pensado. Dejando la tarde de antes un coche allí con un portabicicletas en el maletero y yendo el mismo sábado mi Lourditas a buscarnos con nuestro coche con otro portabicicletas tendríamos el retorno resuelto. 

Iban pasando los meses y fuimos metiendo cada vez más kilómetros a nuestras rutas. Que si vamos a ver cómo estamos para hacer 50 kilómetros... que si a ver si llegamos a los 60 con dignidad, que si en vez de llegar directamente a casa por qué no damos un desvío para meterle al cuerpo 5 o 10 kilometritos más, que si vamos a hacer el anillo ciclista para echarle 5 horas encima de la bici... sabíamos que el día de la ruta sufriríamos, pero queríamos ir con ciertas garantías.

Y así fue como finalmente programamos la ruta para el día 23 de abril con gran asistencia de público. Hasta nueve perdedores íbamos a participar de la cita... pero el tiempo no acompañó. Tras una Semana Santa excelente, el destino nos deparó una semana de lluvias de las buenas y con mucha pena tuvimos que abortar la ruta porque además de que daban mucha lluvia para ese sábado, aunque no la hubieran dado los caminos habrían estado impracticables de barro. Hubo desilusión, pero fue una buena decisión. Para quitarnos el gusanillo de bici nos fuimos a hacer un rutón por la sierra que tardaremos en olvidar. 

Programamos la ruta para el sábado 21 de Mayo pero lamentablemente varios perdedores fueron cayéndose de la convocatoria por diversos motivos de manera que finalmente solo cuatro acudimos a la cita: Natalia, Jaime, Sergio y un servidor. A las ocho de la mañana, embadurnados de crema solar y cargados de agua, comida y de ilusión comenzamos a dar pedales con dirección a Toledo. ¡Comenzaba nuestra aventura!

Pobrecitos... nos sabían lo que les esperaba

Los primeros 20 kilómetros de la ruta transcurrían en dirección oeste. Con el sol a nuestras espaldas rodamos por el carril bici de Leganés hasta llegar al primer punto de interés de la ruta: el parque de Polvoranca. Lo atravesamos de este a oeste frescos como lechugas. Pasamos por encima de la R5 por una de las pasarelas y entramos en el término municipal de Alcorcón.

Rodando por pista y cuesta abajo nada más salir de casa da gusto

Vamos charlando y de buen humor. Natalia se pone a hacer planes, a proponernos futuras rutas que ya comentaremos en este blog. Rodamos en paralelo a una velocidad de poco más de 20 km/h pero demasiado juntos. Tanto que en un momento dado una bici toca con otra y ocurre lo que siempre pasa en estos casos: Jaime acaba calzándose una ostia que podemos calificar de calibre mediano porque se las ha calzado mayores. Le veo golpear el suelo con la cara y me acojono bastante. Apenas llevamos 12 kilómetros y lo mismo la ruta se va al carajo porque tenemos que llamar a una ambulancia. Se levanta enseguida cagándose en todos los astros del firmamento, en bastantes santos y en su suerte negra. Pero despotrica mientras hace aspavientos con mucho ímpetu, hecho que me tranquiliza, porque si tuviera algo roto no podría moverse con tanto desparpajo. Le echo mano a la cabeza para verle la cara y el casco porque como dije le había visto besar el suelo al más puro estilo Juan Pablo II. Jaime estudió en un colegio religioso, pero no se trató esta vez de un arrebato de fe divina sino de un "no poner las manos" muy desafortunado. 

Fíjate la que se podía haber liado...

Pero, afortunadamente como Jaime es uno de los señores más recios que conozco, cuando se le pasó el afán blasfemador, la sonrisa volvió a su boca y pudimos continuar la ruta sin problemas. Una rodilla desconchada que cicatrizará en pocos días pero dejará marcas que durarán años es uno de los recuerdos que Jaime atesorará. Cuando esté junto al fuego contándoles batallitas a sus bisnietos (en una estación espacial en la Luna, se entiende) se descubrirá la rodilla y les contará a los niños que en el siglo XXI éramos tan gilipollas que íbamos de una capital de provincia a otra en un artefacto llamado bicicleta y que a veces el precio que había que pagar era la sangre. 

Cruzamos por encima de la M50 y enseguida rodamos por el carril bici de Móstoles. Poco que destacar, se avanza bien por él pero hay que estar pendiente de peatones y cruces. 

    Segundo tramo urbano del día, atravesar Móstoles

Nos sorprende ver el recinto del parque del Soto cerrado. ¿Será por el brote de gripe aviar? No lo sabemos. Rodeamos el parque en vez de atravesarlo y cogemos la vía verde del Guadarrama. Sergio, que como está usando la bici como medio de transporte habitual para ir a la oficina está fuerte como el vinagre, se pone a tirar aprovechando la recta cuesta abajo y llega al puente sobre el río Guadarrama en menos que canta un gallo. 


Este puente ha sido testigo de muchas de nuestras rutas

Aquí acaba nuestro movimiento hacia el oeste. Giramos a la izquierda para ir hacia el sur. Solo nos quedan 60 kilómetros. Tras atravesar una zona razonablemente urbanizada y con varios negocios como viveros, pasamos por debajo de la A5. En este tramo la pista está plagada de baches. Yo, llevando doble suspensión, sufro menos pero aún así me afano por esquivarlos en la medida de lo posible. Acabamos rodando los cuatro por el ladito de la carretera, que al no sufrir el castigo de los neumáticos de los coches parece que es más llano. Vamos dejando atrás urbanizaciones y "casitas de campo" y parece que la pista mejora, al tener que soportar menos tráfico rodado. Moviéndonos siempre con el río Guadarrama a nuestra izquierda avanzamos felices a medias de 25 km/h. 

Cuesta abajo y por pista ancha cualquier avanza...
   

Natalia, que tiene mucha fuerza y es capaz de mover mucho desarrollo se despega. Sin pretenderlo estamos recorriendo parte del Camino Real de Guadalupe como numerosos carteles y mojones nos recuerdan a cada poco. Pero la ruta que tenemos que seguir en algún punto se separa del "camino principal" y al ir Natalia por delante en una ocasión Sergio se tiene que pegar un calentón para alcanzarla al haberse saltado ella un desvío. Esto pasó en el kilómetro 30 y todavía había muy buenas piernas. De haberse producido a partir del 60 lo mismo hubiéramos usado el teléfono.

¿Haremos algún día el Camino Real de Guadalupe en bici?

Para seguir el track que pinté en Wikiloc estamos usando mi viejo GPS Garmin que como solo admite tracks de 500 puntos... en ocasiones no es fácil distinguir si hay que tomar un desvío u otro si acaso estos están muy juntos. Pero bueno, solo fue en un par de ocasiones que recorrimos unos pocos de metros más por culpa de mi lectura errónea de la pantallita del cacharro. Por suerte Sergio tiene muy buen sentido de la orientación y muy buena memoria, de manera que en caso de duda lo primero que hay que hacer es confiar en él. 

Cruzamos la M404 a la altura de El Álamo pero dejando el pueblo retirado a nuestra derecha, ni siquiera pasamos cerca. Nos vemos obligados a cruzar algunos arroyos y sortear algunos charcos bastantes profundos. Por suerte todos tienen "escapatoria". Algunos bancos de arena nos hacen extremar la precaución al volante (manillar).

Juancar, en este charco nos acordamos de ti

A las dos horas de marcha llevábamos 40 kilómetros. Llevábamos una media de 20 Km/h, que no está mal. Vamos muy bien, porque los perdedores una ruta de 40 kilómetros con desnivel positivo nos la hacemos sin problemas, faltaría más, pero nos obligamos a parar para comer y echar una meadita. Cuidar la alimentación y sobre todo la hidratación es fundamental porque ya empezaba a hacer calor.

Parada a la sombra para comer un poco

Yo me comí una barrita y me tomé un gel. Como digo, ninguno íbamos fatigados pero en realidad es como si la ruta empezara ahora. Es a partir de los 40 Km cuando empezaríamos salir de nuestra zona de confort ciclístico. 

Retomamos la marcha tras compartir algunas fotos en el chat de grupo de Whatsapp de Perdedores BTT y recibir los ánimos de los colegas que no han venido. Rodábamos muy rápido por una pista anchísima y con muy buen firme. El paraíso de un amante del gravel (imagino...).

Hay que levantarse del asiento de vez en cuando para que no duela el culo

Enseguida encontramos otra zona urbanizada: Arroyo Tormantos y Calzadilla, San Marcos, Vega del Castillo... Sin darnos cuenta hemos pasado de la provincia de Madrid a la de Toledo y esto nos insufla energías. Es aquí, un par de kilómetros después del descanso cuando nos vemos obligados a circular unos cientos de metros por carretera, pero lo hacemos con seguridad y sin problema. Salimos de nuevo a camino enseguida y rodeando una urbanización por una senda bastante poco transitada toca bajarse de la bicicleta por lo intransitable del camino pero Sergio no encuentra donde apoyar su pie izquierdo, el que ha descalado, porque lo que él entendía que era suelo en realidad era medio metro de vegetación. El suelo está más abajo. Y con el pie, al estar pegado de serie, se desplaza el resto del cuerpo de Sergio hasta encontrar apoyo, como decimos, medio metro por debajo de lo que él imaginaba. Y como el otro pie sigue enganchado al pedal por acción mecánica de los pedales automáticos, la bici también le acompaña. Y así es como recordaré siempre la imagen de un señor siendo engullido por lo verde mientras se descojona vivo. Y a mí, que me debo a vosotros mis lectores, en vez de ir corriendo a socorrerle, sacando a toda prisa mi teléfono del bolsillo para echarle una foto e inmortalizar así tan divertida escena. 

Una siesta a mitad de ruta

Salvo un leve "ortigamiento" el lance se superó con risas y volvimos a un camino "decente". Entrecomillo al adjetivo porque en ocasiones nos daba la impresión de ir buscando los caminos menos transitados entre Madrid y Toledo porque muchos de ellos estaban comidos por la vegetación. O los bancos de arena, que provocaron que tanto Natalia como Sergio dieran con los huesos en el suelo, sin consecuencias, por suerte. 

La idea era hacer otra parada pasadas otras dos horas. De nuevo para reponer fuerzas comiendo algo y tomando un poco de aire a la sombra. Ya no estábamos rodando a buena media por lo complicado de los caminos. Pero lo mejor llega en torno al kilómetro 55. Rodamos muy, muy cerca del río Guadarrama y el camino se convierte en un infierno. Por suerte no hay barro (nos alegramos de haber abortado la ruta en el mes de abril) pero vamos rodadas de coches 4x4 en badenes de más de un metro de profundidad. El camino está completamente rodeado de árboles, de chopos para ser precisos, que en esta época de año inundan todo con su pelusa. En un momento dado nos paramos para reagruparnos y somos literalmente incapaces de ver algo que nos sea el camino o los árboles. 


Avanzando a duras penas

Apenas sería un kilómetro, pero se nos hizo bola. Este camino era perfectamente evitable si hubiéramos rodado por otro que corre unos pocos de metros más al oeste. Pero bueno... es parte de la aventura. 

Nos fijamos como punto para la próxima parada un puente que Sergio recordaba que cruza sobre el río. Y eso ocurre en el kilómetro 64. Vemos una sombra y nos tiramos al suelo. El estado y calidad de los caminos en los últimos kilómetros nos han supuesto un gran desgaste tanto física como mentalmente. Así que echamos mano a las mochilas para buscar barritas, frutos secos... cada uno sus cosas. 


Empezamos a estar hasta las pelotas (o equivalentes)

Natalia le comenta a Jaime que un amigo común de Guadarrama, donde ambos residen, les está proponiendo ruta en bici para el día siguiente, domingo. Al ser testigo le digo que si me lo propusieran a mí, con la paliza que llevaba encima, la chufla se iba a oír en Marte. Natalia habla perfectamente español pero, al ser rusa, hay cosas que se le escapan así que le explicamos el concepto de "chufla".

Hemos elegido este sitio para parar porque lo que continúa de ruta es cuesta arriba hasta Bargas. Nos quedan solamente unos 20 kilómetros pero el día está bochornoso, estamos cansados y queda lo más complicado de la ruta. Casi todo el desnivel se acumula en estos kilómetros finales. 

Otra dificultad añadida es el hecho de que vamos rodando "casi" campo a través. Vamos por caminos, porque se nota, pero están completamente comidos por la vegetación. Rodar por ellos cuesta arriba es un acto de fe. Las zarzas nos arañan los brazos y los cardos las piernas. 


Tuvimos suerte de no pinchar

Es un suplicio avanzar por un terreno tan desfavorable, pero la promesa de una cerveza bien fría al llegar a Toledo, la satisfacción de conseguir un reto y que no nos quedan más cojones por no desandar el camino hecho nos impulsan a seguir adelante. 

Mi rueda delantera se pincha. En al menos una ocasión. Lo sé porque me paro y escucho el aire salir. Pero el líquido tubeless cumple con su cometido y sella el orificio. Seguro que pinché mil veces y ni me enteré. Los bancos de arena, que ahora duran decenas de metros nos acaban de amargar la jornada. Estamos tan solo a 15 kilómetros pero se hacen eternos. 

Salimos a un camino en buen estado. Vamos pendientes los unos de los otros, todos un poco tocados salvo Natalia que sigue rodando con la corona pequeña del casete. Jaime se va quedando atrás. Más por prudencia, por regular las fuerzas, que porque le haya dado una pájara. Hemos comido y vamos bebiendo constantemente... menos Natalia que va en ayunas (practica ayuno intermitente). De no haber cuidado bien la nutrición y la hidratación en un día como este lo hubieramos pagado caro.

Un último esfuerzo y llegamos a Bargas, kilómetro 72. Y nos damos cuenta de que lo hemos conseguido. Apenas quedan 10 kilómetros, esto está hecho. Callejeando preguntamos a un paisano si hay una fuente donde podamos reponer agua y nos señala en la misma dirección que llevábamos, así que perfecto. La encontramos. Está al sol y su desagüe está más seco que el ojo de un tuerto. Sin muchas esperanzas pulso el botón y para nuestro regocijo comienza a salir agua. Tan caliente al principio que me quema, obligándome a quitar la mano. Pero luego mana fresca. Está claro que hay que aprovechar la oportunidad para refrescarse. El primero en meter la cabeza debajo del chorro es Sergio, y el resto, sin dudarlo, detrás de él. 

Este refrescón nos dio la vida

En esta parada no como, pero relleno el bidón de agua y le echo un par de pastillas efervescentes que ayudan a reponer sales y además tienen carbohidratos. Sergio se aparta para hablar por teléfono y cuando nos damos cuenta está sentado en el suelo, le había dado un pequeño mareo. Pero se le pasó enseguida. 

Salimos de Bargas bajando ligeramente para a continuación remontar una loma. Yo me estaba imaginando que al llegar arriba de la misma ya veríamos la aguja de la catedral y el alcázar de Toledo al más puro estilo del "Monte del Gozo" gallego y que sería como en las películas y que la emoción nos embargaría... pero no. Toledo no se muestra. Nos toca seguir dando pedales. Pero es bajada y es por una pista muy divertida, con algo de flow. Nos viene bien rodar a esta velocidad casi sin dar pedales y sin esquivar obstáculos para quitarnos el mal sabor de boca de la segunda parte de la ruta. 

Casi sin darnos cuenta hemos llegado a las afueras del área metropolitana de Toledo. ¡¡Estamos en Toledo!!

Callejeando por Toledo tras 85 kilómetros

Pero no hemos terminado. Lo mismo que las óperas no se acaban hasta que no cante la gorda, las rutas en bici Leganés-Toledo no se acaban hasta que se sube a la plaza de Zocodover. Y eso se sabía que tenía que ser así desde el primer minuto del primer día que se me pasó por la cabeza diseñar este recorrido, así que toca callejear hasta la puerta de la Bisagra, pasar junto a la Puerta del Sol y ascender por la calle Real del Arrabal para empalmar con las calles de Venancio González y de Armas para llegar MUERTO a la famosa plaza toledana. Natalia, Jaime (iba subiendo con el plato grande) y Sergio subieron mucho más alegres que yo, que no sé ni de dónde saqué las fueras. Pero subí.

La foto nos la hizo un italiano que no tenía buen ojo, parece...

Y me abracé a mis colegas (yo soy bastante sentido para estas cosas) porque juntos habíamos llegado desde Leganés hasta Toledo tras 6 horas de ruta. Con caídas, con calor, con bastante sufrimiento... pero allí estábamos. No 6 horas después, dejad que me corrija. En realidad 5 meses después, desde enero hasta mayo. Porque cuando uno lleva tanto tiempo preparando un evento como este, con tanta ilusión, convenciendo a los amigos, preparando la logística, viendo como la idea feliz de uno se acaba convirtiendo en el desafío de los demás. Viendo cómo sus colegas se involucran y entrenan duro... No sé cómo describirlo.

Lourdes y mis niñas nos esperaban al otro lado del casco antiguo, en una terraza junto a un aparcamiento público donde Sergio y yo habíamos dejado su coche la tarde anterior. Toledo estaba tan abarrotado que no se podía llegar montando en bici así que fuimos un buen trecho caminando hasta que pudimos subirnos a las bicis y llegar a la terraza dando pedales.


La primera cerveza cayó de dos tragos. Y me sentó fatal. Muy mal. Casi poto. Y en el bar no nos daban de comer porque estaban con la cocina reservada para un banquete de comunión que tenían contratado.


Así que nos fuimos a otro bar. En bici. Apenas fueron 5 minutos pero me quería morir. El termómetro marcaba 39 grados. Nos sentamos en la primera terraza que vimos (bueno, en la segunda porque había gente. La primera estaba vacía y eso nos creó desconfianza) Me tomé una coca-cola de urgencia que Natalia me trajo de la barra y me devolvió al mundo de los vivos. Un poco de ensaladilla rusa, calamares, carcamusa y otras viandas hicieron el resto. Y un café con hielo remató la faena. Una tarde de sofá terminarían de arreglar los estragos del calor y de los 85 kilómetros.


Sobre las 18:00 estábamos de vuelta en Leganés bajando las bicis del portabicicletas de Sergio para montarlas en el de Jaime. A Natalia y a él aún les quedaba cerca de una hora de coche hasta llegar a Guadarrama.

Terminaré esta entrada dando las gracias. A Lourdes, claro, por aguantar mis tontadas ciclísticas. A mis niñas por tener paciencia con su padre que les hace ir a Toledo a pasar calor por culpa de las cosas de las bicis en vez de estar fresquitas en la casa mirando la tele. Y a los colegas, claro. A los que hicimos la ruta porque no se me ocurren mejores compinches y al resto por vuestros ánimos durante la ruta y felicitaciones tras la misma. A mí me llegan. 

¿Volveremos a hacerlo? No creo. No me gustó tanto la ruta como para repetirla, más allá del orgullo infinito que siento por mí mismo y por Natalia, Jaime y Sergio. Los dos primeros porque, como quien dice, acaban de empezar a montar en bici. Y por Sergio porque hace 5 meses no se veía capaz de hacer 40 kilómetros sin pasarlo mal. 

No repetiremos, pero haremos otras cosas. Ya se pusieron sobre la mesa varios desafíos para los próximos meses. Y, como no, os los contaré por aquí si tenéis la paciencia de esperar.

lunes, 9 de mayo de 2022

Ciclismo en familia - Mi primera nocturna "chispas"

No nos engañemos. Si entendéis el título de esta entrada es porque tenéis una edad. Culpa vuestra por haber nacido tan pronto. 


Bromas aparte, hoy queremos hablar sobre una experiencia que debéis vivir si sois aficionados al ciclismo con niños: una ruta nocturna. Los Perdedores hemos hecho varias grupales y muchas individuales (quien más quien menos) y siempre lo hemos pasado muy, muy bien:


Porque por la noche (que a algunos les confunde), con la falta de visión, otros sentidos se agudizan. El campo huele distinto, las diferencias de temperatura (por ejemplo entre una vaguada y una zona asfaltada) se notan muchísimo, hay sonidos que no se escuchan durante el día. Puede ser, incluso, que veamos algún animal que no veamos durante el día. Y, especialmente, rodar es mucho más emocionante. Y esto tienen que vivirlo los niños porque si a los mayores nos engancha, los niños no daban crédito. Vivieron una aventura, como quien dice, a la vuelta de la esquina.

Sergio y yo tenemos focos que ofrecen ciertas garantías, pero para hacer a los pequeños partícipes les compramos unos focos en un bazar chino. No recomiendo esta compra, los tres focos se rompieron por el mismo sitio: por el carril que une el foco a su suporte de manillar. El primero en romper, el de Alicia, duró unos 200 metros solamente. Pudimos mantenerlos en su sitio con gomas elásticas pero, repito, no los compréis ni locos porque son una auténtica mierda. Además usan muchas pilas. Cada foco frontal usa 4 pìlas AAA. Los traseros, los rojos, dos pilas AAA. Las pilas no vienen incluidas.


Tampoco iluminan mucho, pero esto ya lo suponíamos. La idea, como digo, era hacerles partícipes de la experiencia al 100%. 
Salimos de casa sobre las 18:00. En esta época del año anochece sobre las 21:00. La idea era llegar hasta el parque de Polvoranca, cenar allí en un merendero, dejar que los niños jueguen hasta que cayera la noche y volver ya con oscuridad. 


Para acarrear la merendola Sergio llevaba una mochila a la espalda. Yo llevaba la bicicleta que he preparado para este tipo de salidas, con alforjas. Quería probar qué tal iba y reconozco que tengo que mirar la transmisión porque no va del todo fina.
 

Se puede llegar al Parque de Polvoranca por carril bici en unos 20 minutos a ritmo infantil pero preferimos aumentar un poco la distancia y llegar dando un rodeo. Así que tomamos camino del parque lineal del Butarque, continuamos por el parque de las presillas ya perteneciente a Alcorcón y giramos a la derecha para dirigirnos finalmente a Polvoranca por el carril bici de la Ronda Norte a la altura del barrio de La Poza del Agua. 


Hacía muy buena tarde y, será consecuencia de la pandemia, como decía Sergio, que estaba todo abarrotado de gente. Tal vez nos hemos dado cuenta a las bravas de que se está mejor en el campo (parque) que en el centro comercial. 


Cuando surgieron las primeras preguntas del tipo "¿Cuándo llegamos?" o las primeras afirmaciones del tipo "tengo hambre" hicimos una parada técnica para mantener alta la motivación y distraer la atención. Apenas 10 minutitos para escalar un par de veces una pirámide de cuerda


Y para que Sergio trasteara con la bici de Lourdes. A pesar de ser de su talla se extraña mucho de la anchura y altura del manillar, siendo una bici de rueda de 29", en comparación con su veterana Rockrider 8,2 de 26".


Llegamos a Polvoranca sobre las 19:30 y el aparcamiento estaba abarrotado. No habíamos llevado una manta para tirarla al suelo y tuvimos dudas de si encontraríamos un merendero libre, pero por suerte hay tantos que no tuvimos problemas y enseguida estuvimos acomodados en uno de ellos. Laura y yo nos acercamos al quiosco a por unos refrescos y unas cervezas y como veníamos con hambre nos pusimos a comer.


Bocatas, empanada, tortilla, ensalada de pasta, queso, morcilla... todo sabe mucho mejor al aire libre después de dar pedales. Eso es un hecho constatable aunque no haya, que no sé si los hay, estudios que lo demuestren.  

Los niños tardaron poco en saciarse y se fueron a jugar a unos columpios que había al lado de donde estábamos y los mayores nos quedamos pasando frío. La temperatura en el parque es dos o tres grados más baja que en las calles pepineras y eso se nota. A pesar de llevar mangas largas, estando parado se quedaba uno frío. 


Cuando el sol se había metido y ya había suficiente oscuridad decidimos ponernos en marcha. Pero en vez de volver directamente decidimos dar una vuelta al perímetro exterior del parque porque no habiendo farolas solo tendríamos nuestros focos para iluminarnos mientras que en la ciudad podríamos rodar por el carril bici relativamente bien iluminado.

Apenas serían un par de kilómetros, pero supieron a gloria. Nocturnidad 100%. La pista exterior es ancha y las  tres niñas rodaban en cabeza en paralelo (peligroso). 


Alargamos el momento de diversión lo máximo posible y finalmente salimos del parque con una sonrisa en la boca. Tomamos el carril bici y pusimos rumbo a casa. La adrenalina corría por las venas de las niñas que sin conocimiento se lanzaban cuesta abajo sin apenas ver y sin conocer el camino, lo que produjo una caída, por suerte sin consecuencias, al clavar Ali la rueda delantera en un banco de arena. 

Llegamos a casa en torno a las 23:00 tras recorrer unos 23 kilómetros.  


Y, como no, la foto final para recordar la aventura vivida por los siglos de los siglos. 


Como decía al principio, si salís en bici con niños pensad en preparar una ruta nocturna. Ya sabéis, un recorrido conocido y sencillo que las sorpresas se pueden presentar solas y por la noche se resuelven peor que por el día. Es una experiencia que no os defraudará a vosotros los adultos y mucho menos a los niños. Los nuestros se lo pasaron pipa y quieren repetir. Y Lourdes, que para ella también fue la primera ruta nocturna y acabó diciéndonos a Sergio y a mí que para cuando la próxima y que pensáramos en un recorrido diferente. Tendremos que planearlo, claro. ¿Quién se apunta?